El Eclipse que no cesa. Un acercamiento al film de Antonioni

En este Eclipse, como en Viridiana, donde también actúa Paco Rabal, se nos muestra el cambio de un mundo. Aunque en este caso el mundo ya ha cambiado. Aquí, Paco Rabal aparece poco y aparece como una sombra resignada al atavismo, es el antiguo galán que ya no atrae a una niña en una crisis de valores. Una muñeca sin ganas de pagar la ‘fiancé’ del compromiso. Que así entra en una situación de abulia permanente. Este Eclipse, como un baile entre la luna y el sol, juega en dos planos. La frialdad con la que se viven las escenas de amor da lugar a la excitación con la que se juega en bolsa. El verdadero amor es al dinero. La bolsa es un mundo peculiar y caótico, poco conocido por el común de los mortales. Nadie apuesta en cine por hablar de él. Incluso hoy día. Pocos nos explican a qué juegan y con qué juegan, para que no sepamos que su actividad completamente legal, pueda ser a veces completamente inmoral. Entre el ruido y la furia, la bolsa unos días sube y otros baja, sin más razón. El caos y la desesperación de los inversores no afecta a la frívola Vittoria. No es estupidez. Simplemente no empatiza con el mundo que le rodea. Ella representa otra cara que posibilita la modernidad. La de la persona sin rumbo, pero no por ello infeliz, que ha cambiado cualquier proyecto de afianzamiento por un delicado estado de juego permanente. En la bolsa se suceden las olas de ira del pequeño inversor tras una fuerte caída. Que va y que viene con sus activos convertidos en papel para dibujar. Los grandes inversores no aparecen en ningún momento. Solo entran en contacto con sus agentes a través del siempre presente teléfono. Mientras, los brókers más espabilados se relamen y siguen ganando y a lo suyo. Los inversores arruinados buscan culpables. Una frase “son los socialistas los que lo joroban todo” ¿la culpa la tienen los que no especulan? Otra frase, la culpa es de los políticos “los políticos tiran de los hilos”. Esta película es del 1962. Cuando al parecer aún existía un poco de control sobre el insaciable “mercado”. Así que es imposible no ver una clave de actualidad. Como sabemos, los inversores insatisfechos con lo establecido, lograron imponer por la vía política la desregulación, una globalización del dinero que les permite especular del todo con todo. Más reflexiones curiosas “¿A dónde va el dinero cuándo la bolsa cae?” Pregunta la pizpireta Vittoria al descreído y ameno Alain Delon. Ni lo sabe ni le importa. El dinero está en el aire, como lo está el amor, pero en ningún otro sitio próximo. En la bolsa unos ganan y otros pierden. Ganan los fuertes, claro. O sea, los ricos. El que sabe puede ganar millones en segundos. Quitando al dinero la dimensión de meritorio. Despojándolo del trabajo. Se puede vivir jugando en la bolsa y en el amor. El truco está en no sentir dolor cuando se pierde. En el Eclipse, la vetusta arquitectura de una antigua ciudad palidece y decae frente a los lujos del dinero inventado. El blanco y negro subraya el blanco de la nueva arquitectura y la oscuridad de un mundo de piedra ensuciada por el progreso. Los coches de lujo, de reluciente blanco piden a bocinazos el derribo de las estrechas calles de adoquines. La pareja joven prefiere encontrarse en las amplias avenidas arboladas frente al mar, llenas de flamantes construcciones de hormigón y acero y jardines para los niños. Donde la luz natural da paso a la luz cegadora de la artificialidad. Ese es el eclipse. Quieren ser partícipes de ese nuevo mundo de posibilidades y libertad. Donde no existe el mal. Pero tampoco el bien. En general, en la vida no hay verdaderos malos a los que apedrear mentalmente desde una butaca. Pero si alguien muere por su pobre destino, no vamos a dejar de reír. Si perdemos el coche, ya lo cubre el seguro. ¿No? O se compra uno nuevo. No hay preocupaciones y nada importa. Tanto o tan poco, que no sabemos qué hacer. Y pasa el tiempo. Habrá que amarse, o habrá que hacer el amor. Algo hay que hacer, porque hay que llenar el tedio antes de aburrirse y abandonar el juego. Podemos hacer el payaso, gastar chistes xenófobos, disfrazarnos, bailar... La vida moderna es divertida. Lástima que las líneas puras y el diseño moderno nos vuelvan abstrusos a la emoción. Entre tanto juego y silencio, el asunto puede llegar a un nihilismo dulce. Podemos no ser nada para el otro con el que estamos eligiendo compartir nuestra vida. Ocultando así nuestra identidad o negándola. Vittoria dice a Piero “No es necesario conocerse para quererse, ni siquiera tal vez haya necesidad de querernos”. A él le parece bien todo. Incluso la mentira. Ella le dice “Te veré todos los días”, pero se va con una sensación de no volver más, o tal vez sí. La verdad es que da igual que ella vuelva o no. Los eclipses son lentos y auguran catástrofes. Los eclipses pueden ser predichos, por visionarios, alquimistas o por genios matemáticos que aciertan con eficacia cronométrica el futuro. Así, Antonioni, describe un mundo, ni negro ni blanco ni gris, que hoy existe más que ayer. Que podríamos decir que ha triunfado. Sus intenciones estarían lejos de ser entendidas por parte del público de los años 60s y su legado cinematográfico: en donde la modernidad era entendida como una fiesta o una esperanza. Donde a la vez los códigos románticos se mantenían en los parámetros de la tradición. Antonioni pronostica y muestra su faceta de astrónomo de este lado del mundo visible. Lo hace dejándole al espectador la libertad de juzgar a sus personajes. Resuelve con soltura la dificultad de retratar el tedio de una vida. Y enmarca su obra, al estilo de Bergman, con pinceladas de abstracción y silencio, con los elementos metafísicos suficientes para que el espectador reflexione y se deje gobernar por el desasosiego de una obra fuera del tiempo, su tiempo.

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